lunes, 22 de junio de 2015

Fantasmas en la noche

Al fondo de un camino de tierra salitrosa -cuando caían dos gotas era casi infranqueable- había una casa con paredes de ladrillo a la vista, frecuentemente visitada por hombres de todas las edades, en busca de ciertos placeres baratos, a dos pesos el turno. Las habituales pupilas del lugar, al cabo de varias jornadas de trabajo, visitaban al médico a los efectos de prevenir eventuales alteraciones de salud en sus pobres cuerpos sometidos y de preservar la de sus ocasionales visitantes. Generalmente regresaban a su habitáculo en horas de la noche del miércoles, cuando la actividad era menos rentable. Las llevaba, en su coche, el andaluz.
El camino era oscuro. Oscurísimo. El caballo, conocedor de la ruta tantas veces transitada, conocía de memoria baches y huellas terroneadas. Pero una noche... Siempre hubo malditos en todas partes. En White también. Y en la noche más tenebrosa, más oscura y más ventosa, colocaron una soga entre dos parantes y le adosaron sábanas blancas que agitaban desde sus escondites mediante piolines que pasaban de un lado al otro del camino, como fantasmas.
Las chicas no se asustaron demasiado. Habían conocido cosas peores. Pero el andaluz, una hora después, en la comisaría... ¡todavía temblaba y no podía contar lo que había visto...!

Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; p. 15.

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