lunes, 22 de noviembre de 2021

Nazareno Micucci

Lo contó en la peluquería de Benfatto. Discutía con sus hijos sobre la profundidad de un pozo ciego que habían hecho en el patio, de unos 3 metros o 3,50. Después del almuerzo tiraron una plomada y notó que se movía. Había enganchado una corvina negra. Cuando la "moglie" la limpiaba encontró en el buche una piedra dura. La llevó a Escasany y le dijeron que era semipreciosa. La hizo engarzar en su anillo. Fue la mentira más grande que se contó en White. (Recuerdo de Antonio Fontán).


Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; p. 43.

lunes, 4 de octubre de 2021

Antonio Perfetto

 Mentirosos o exagerados. Una obligación para matar el tiempo. Fue un visionario: habló de construir un edificio de vidrio. Después fue realidad: en Las Catalinas, en Retiro, Buenos Aires, hay varios de vidrio.

Compraba papas por vagón (¿!¡?) y los nietos lo cargaban: ¿A cuánto está la cosecha de papas...? ... Bueno... ¡Mándeme la cáscara!

Decía que era amigo de Yrigoyen. También que en un viaje en tren a Buenos Aires le había dado quinientos pesos de propina al camarero. (El boleto costaba ocho pesos).

También contaba el cuento de los indios en fila y los mataba a todos con una sola bala. Cuando vinieron en semicírculo dobló la escopeta y "tutti per terra". (Recuerdos de Tito Rossini, Tito Pacaruzzo...)


Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 42 y 43.

lunes, 27 de septiembre de 2021

Piribicchio

 Tenía un hijo. Vendía maníes cerca del kiosco de Vidal. Calculaba la hora por el sol en el piso. (Recuerdo de Tito Distéfano).

Era confitero de la Escuela 13. Beba y Dora Greco le pagaban por semana. Vendía maníes y pochoclo. Confititos que llevaba empaquetados. Carrito con vidrio.

Tracción a sangre humana. Se metía entre las varas y hacía de caballo. Vivía cerca de Brihuega. Facturas y golosinas. (Recuerdo de René Fernández).


Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; p. 42.

lunes, 30 de agosto de 2021

Un turco con apellido español

 Llama la atención que haya una familia a la que se la conoce sin reparos como la del turco Pérez. Hasta se llega a suponer que se trata de un matrimonio de una emigrante turca y un español radicado en el país. Pero no. Eran turcos los dos, padre y madre.

Cuando el hombre llegó al país apenas conocía unas pocas palabras de español. Cuando le preguntaron su nombre, antes de descifrarlo letra por letra -no era sencillo...- decía: Espere... espere..., con la idea de que no lo apuraran, porque si bien no había neblina, el turco andaba perdido... El tipo del registro, al oír lo de "espere..." le dijo: Vos te llamás Pérez...

Y así quedó la cosa. Los descendientes de aquel turco recién llegado, con el miedo de los extranjeros, con la desconfianza que inspiraba un recibimiento antipático, callaron su bronca y resignaron su apellido original. No es el único caso. Muchos emigrantes de aquella tierra lejana llevan nombres comunes aquí: José, Jorge, Antonio, como apellidos. Ignorancia de quienes ejercían funciones burocráticas. Y en algunos casos, mala fe.


Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 41 y 42.

lunes, 9 de agosto de 2021

El jockey de White

 No, no hablamos del Cine Jockey Club. White nunca tuvo hipódromo, pero tuvo un jockey. Su nombre era David López y vivió en Plunkett, en esa calle larga que va desde Elsegood hasta Santiago Dasso. (Belgrano y San Martín...). También vivió un tiempo en Rubado, muy cerca de la estación Garro.

La madre de David López se llamaba Lorenza y el abuelo repartía leche por la calle, al puro estilo "de la vaca al consumidor". Al padre de David lo llamaban Teodoto, pero su nombre debía ser Teodoro.

David montaba caballos en el hipódromo de La Plata. Cuando tenía montas viajaba la noche anterior, corría y regresaba a White con el primer tren. Era amigo del famoso cartero García.


Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; p. 41.

lunes, 1 de febrero de 2021

Las cantinas

 Las cantinas de White fueron un suceso. Durante varios años los fines de semana eran visitadas por centenares de hombres, mujeres y menores del pueblo, de Bahía Blanca y de la zona.

Las cantinas proliferaron. Además de la de Miguelito, Tulio, Il Vero Tulio, se abrieron Zingarella, Marechiare, El Barquiño... Al lado de Il vero Tulio estaba la de Micho, llamada El Griego. Era de Demetrio Cavadas, en el Empedrado. Cavadas murió a los ochenta y ocho años, en 1992.

Pasó el boom de las cantinas. Se cerró un ciclo. Actualmente quedan muy pocas. Eso sí, buenas, como corresponde a una tradición que no se puede traicionar.


Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; p. 40.

lunes, 18 de enero de 2021

Piove... non piove

 El doctor Santiago Milozzi, hijo de los dueños del restaurante de la calle Guillermo Torres, cuando ya la casa había cesado su actividad, fue una noche a la cantina de Tulio en el Jockey Club. Carmelo Lupo, el cantor de la casa, iba de mesa en mesa dedicando sus canciones a los comensales. Después de cantar un par de canciones le decía casi al oído de Milozzi: Piove... non piove... mi pare che piove, ma non piove...

Milozzi, intrigado, salió a la calle. El cielo estaba estrellado. Ni una mísera nube empañaba el brillo de la luna. Volvió a la mesa y llamó a Tulio: Este tipo dice que llueve, ¡pero no llueve...! Tulio le hizo señas con los dedos y sin decir palabra, le explicó que lo de "piove, non piove", era la manga de la propina... Milozzi sacó un billete de cincuenta pesos y se lo dejó a Lupo. Una fortuna, ¡cincuenta pesos!


Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; p. 40.