lunes, 22 de junio de 2015

Chiquela y Nicolita

Nicolita di Giorgio era un tipo fuerte, de mandíbulas de acero. Una tarde, en la carnicería de Pedro Zubini, por una apuesta sin valor y sin sentido, envolvió con una red el cuarto trasero de un novillo y lo llevó, colgado de los dientes, desde el mostrador hasta la puerta, unos 4 ó  5 metros.
El querido, inocente e insensato Chiquela dijo que él también era capaz de una prueba semejante y podría levantar con los dientes una bolsa de azúcar. Estaban en el almacén de doña María (Plunkett y Harris) Pedro Zubini y Sandro Berdini, además de algún otro parroquiano sin apuro.
- ¡Qué vas a levantar...!
- ¡A que sí!
- ¡A que no...!
Lo torearon. Chiquela, un bohemio sin remedio, "entró", herido en su amor propio. Acomodó la bolsa cosida con hebras gruesas y mordió. Contuvo el aliento, juntó fuerzas y... pegó el cabezazo hacia el techo con toda la fuerza de su orgullo. La bolsa ni se movió pero los dientes de Chiquela, los de arriba y los de abajo, quedaron prendidos en el lugar preciso del mordiscón. Y no eran postizos.

Chiquela era un tipo muy popular en White. Decía llamarse Strigane pero nadie sabe si lo decía en serio. No molestaba a nadie. Era lo que se dice un buen tipo. Durante el tiempo de la guerra estaba prohibido acercarse al puerto. Los marineros custodiaban las entradas. Chiquela se metía entre los tamariscos y pasaba. Los guardias sabían que era inofensivo, que iba a buscar algún descarte que le tiraban los pescadores y miraban para otro lado.
Cuando ya la guerra estaba en sus minutos de descuento y el Führer se caía, el gobierno del presidente Edelmiro J. Farrell le declaró la guerra a Alemania, al Eje, el 27 de marzo de 1945. Entonces se aparentó seriedad. Los marineros fueron reemplazados por gendarmes traídos desde el litoral, chaqueños, correntinos. No tenían obligación de conocer a Chiquela. Una mañana de esos últimos días de marzo o de los primeros días de abril, lo vieron agazapado entre los tamariscos. Le dieron la voz de ¡alto! Chiquela, que no entendía de códigos militares salió al claro y con un gesto no muy cortés respondió: ¡Tó per té...!
Lo bajaron de un balazo. Fue el último día de la guerra. También en White pudo haberse dicho, como en el libro de Erich María Remarque, la calma había sido tan absoluta que en el parte diario decía: "sin novedad en el frente".

Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 10´y 11.

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