lunes, 22 de junio de 2015

Discurso e conversacione

No hay documentación pero quienes lo conocieron dicen que su nombre era Mauricio Nardi. También dicen que era Búlgaro, pero hay disidencias. Tenía cierto acento itálico. ¿O sería yugoslavo? En un pueblo cosmopolita como White -sólo igualado o superado por la Boca- pudo ser "hasta argentino".
Se lo conocía como "discursos y conversaciones" o mejor, "discurso e conversacione", porque el habla popular se adapta a la limitación de quien es destinatario del recuerdo. Y bien, don Mauricio solía instalarse en la esquina de Guillermo Torres y Elsegood y con público o solito, improvisaba sus discursos a veces incoherentes y otras con argumentos sólidos y contundentes. Lo que ocurría era que hablaba tanto que cuando decía alguna verdad ya se había quedado sin gente. Muchas veces agradecía a los capataces del puerto que le habían dado unas changas que le permitían seguir discurseando. Otras hablaba de la guerra y de la política que, ya, era tema de profundas y desalentadoras manifestaciones. Para dar una idea de lo que abarcaba en sus peroratas, había algunos que lo apodaban Yrigoyen.
Estaba enamorado Mauricio. Su amor tenía un nombre de emperatriz, de reina, de santa, de mártir, hasta de impostora. Su gran amor llevaba el principesco nombre de Catalina. A ella le dedicaba todas sus cuitas, sus poemas de florida literatura y escasa originalidad. Era su novia y le prometía amor y fidelidad para toda la vida.
Pero Catalina nunca se enteró.

Era insólito "Discurso". Cuando no hablaba de Catalina destinaba sus argumentos a ciertos políticos nacionales o extranjeros de notoriedad. Y si bien resultaba a veces reiterativo y monotemático, entre sus incoherencias solía demostrar que estaba al tanto de la actualidad y sorprendía con alguna expresión que, compartida o no, demostraba que tenía noción de lo que hablaba. Una tardecita, en plena guerra mundial, Mauricio andaba eufórico por las calles no habituales ya que casi siempre estaba en la esquina de Ruiz, frente al Jockey Club. Aquella tarde se acercó al Bar Unión, dos cuadras hacia el puerto, abrió la puerta de la esquina y dirigiéndose al dueño le gritó: Alemán de mierda, ¡te declaro la guerra por mar y por tierra!
¡Y se fue lo más orondo!

Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 11´y 12.

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