lunes, 22 de junio de 2020

Miguelito


Miguelito Curcio tenía un bar donde antes había estado Quicho. Una noche llegaron los marineros de un barco y querían comer pescado. No había comida. Era un bar, no una cantina.
-Miguelito, tu vieja es como mi vieja, sabe mucho de cocina, le dijo Tulio. Por qué no les hacés unos "músculos" -se dirá moluscos, pero en White seguirán siendo músculos- y les ponés bastante ajo y perejil... les va a gustar.
El "musculero" se los trajo del Boulevard. Los tipos se quedaron "locos de la vida". Y como siguieron yendo, poco a poco el bar se fue convirtiendo en cantina. Una cantina que fue precursora. Adquirió fama y abrió el camino a las que vinieron después. Muchas...
Miguelito ganó mucha plata con la cantina. Una vez fue a comer allí Mirtha Legrand. Siempre lo recuerda. También Héctor Mauré.

Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 36 y 37.

domingo, 21 de junio de 2020

Ampelio Liberali, periodista de ley

SEMANARIO DE JUNÍN » CULTURA » 13 DIC 2019

A 13 AÑOS DE SU MUERTE
El recuerdo de Liberali, periodista de ley
Fue el protagonista clave del famoso "Boletín sintético de Radio El Mundo", durante la década del '50. También la escritura lo atraía, al extremo de haber sido redactor de “El Gráfico” por más de una década. Tenía dos amigos entrañables, con los que consumía el mismo postre de las “preguntas incomodas”: Dante Panzeri y José María Suárez.



Ampelio con su única hija, Ana María.

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Por:
Ismael A. Canaparo
El sábado 7 se cumplieron trece años fallecía Ampelio Liberali, un periodista gráfico de excepción, que también ejerció la locución. Nació el 23 de noviembre de 1917 en Ingeniero White, la misma cuna que su amado club, Puerto Comercial. Su padre, Enrique Liberali, fue carpintero en la empresa del Ferrocarril del Sud. Irma Rossini, su madre, era profesora de corte y confección. Falleció el 6 de diciembre de 2006, a los 89 años. Sus restos descansan en Bahía Blanca.
Se inició como fotógrafo en el diario bahiense "La Nueva Provincia". En 1943 se trasladó a San Carlos de Bariloche y mientras realizaba sus tareas fotográficas, desempeñaba funciones periodísticas en LU8 como locutor del servicio informativo y cronista deportivo.
En 1945 retornó a Bahía Blanca y durante un par de años trabajó en el diario "El Atlántico" y en las emisoras LU3 y la desaparecida LU7.
En los años posteriores se hizo un lugar en Buenos Aires. Trabajó para el diario "La Epoca" y más tarde comenzó una prolongada trayectoria radial, que incluyó emisoras de prestigio, tales como LR3 Radio Belgrano, LR4 Radio Splendid, LR1 Radio El Mundo y LS5 Radio Rivadavia, en diversos períodos.
Una de las tareas que le otorgó mayor proyección dentro del ámbito periodístico fue haber integrado durante aproximadamente diez años la redacción de la revista "El Gráfico", donde se recuerda su aporte con atrayentes entrevistas a grandes figuras nacionales del deporte. En forma paralela, escribió también para el matutino “La Nación”.
 Entre su mencionada experiencia radial, cabe señalar que en El Mundo llegó a encabezar la jefatura de redacción del noticiero, hasta abril de 1976.
Por otro lado. Ocupó el cargo de director de Información Pública del Territorio Nacional de la Tierra del Fuego, Antártica e Islas del Atlántico Sur.
Cubrió como periodista dos Campeonatos Mundiales de Fútbol para Radio El Mundo y para la Dirección de Cultura de la Gobernación de Tierra del Fuego e Islas del Atlántico Sur (Argentina 1978 y España 1982) y tres Juegos Olímpicos (Tokio 1964, México 1968 y Munich 1972). En este último caso, Ampelio tuvo ocasión de dar la primicia para todo el país, del doloroso atentado contra los atletas israelíes. También cubrió varias conferencias internacionales en representación de Radio El Mundo.
Le contaba a su gran amigo Miguel Ángel Giordano: “Mirá, yo era un mocoso y me fui solito a mi primera olimpíada y desde entonces, no me perdí ninguna. La mayoría de las veces tuve que costearme los gastos. Para eso, juntaba pesito a pesito y cuando llegaba el momento, ahí me largaba. Fue el gran gusto que me di en la vida”.
En 1967, intervino en la Campaña Antártida anual, viajando en avión hasta Ushuaia, para embarcarse en el Bahía Aguirre, y reconocer en el lugar los inhóspitos hielos del Polo Sur.
Liberali realizó casi treinta audiovisuales: Entre ellos, “El partido que nadie ve”, trabajo que obtuvo el Primer Premio del Círculo de Periodistas Deportivos, Medalla de Oro “Félix Daniel Frascara”, en 1970.
En 1991 recibió la Manzana “Al maestro con cariño”, junto a Andrés Cascioli, Adolfo Castello, Antonio Legarreta, Diego Lucero, Quino, Magdalena Ruiz Guiñazú, Fernando Salas, Félix Luna y otros, otorgada por “Tea y Deportea a maestros reconocidos”. Es un reconocimiento que, desde 1988, se entrega anualmente a “maestros del periodismo, de la comunicación, del arte y de la vida”. La distinción consiste en una clásica manzanita, recordando que los buenos alumnos le regalaban manzanas a sus buenos maestros. Por entonces, la entidad educativa ya había homenajeado a más de 370 maestros, profesionales entrañables que desde una redacción, frente a una cámara o un micrófono o bien como “cronistas involuntarios” de la vida  hicieron “docencia”, no sólo con su trabajo, sino con sus actitudes cotidianas ante los otros y ante sí mismos.
Anteriormente, recibieron la manzana de Tea y Deportea, entre otros: Osvaldo Bayer, Eduardo Galeano, Estela de Carlotto, Ulises Barrera, Roberto Fontanarrosa, Tato Bores, Javier Villafañe, Mario Benedetti, Andrés Rivera, Les Luthiers, Lalo Mir, León Gieco, Rina Morán, Eduardo Aliverti,  Adolfo Castelo, Juan José Lujambio, Héctor Larrea, Antonio Carrizo, Carlos Trillo, Taty Almeida, Horacio Salgán, Alberto Migré, Horacio García Blanco, Alicia Dujovne Ortiz, Manuel García Ferré, Betty Elizalde, Miguel Bonasso, Nelly Omar, Jorge Halperín, Eva Giberti, Leonardo Favio, Nora Cortiñas , Jorge Luz , Tristán Bauer, Jorge Boccanera y Quino.
Como si fuese poco, desde siempre participó en la Agrupación de Scouts “Ernesto Pilling”. Fue el espíritu dinámico, siempre jovial y su experiencia reconocida, en buena parte de los campamentos levantados en el vasto territorio de nuestro país. Se desempeñó como consejero, animador y cronista, de las actividades de la agrupación. Su cámara reflejó fielmente el desarrollo de esos encuentros formativos de los jóvenes scouts.
Su grabador recogió anécdotas y relatos de figuras importantes del quehacer nacional, pero lo más trascendente para Ampelio, era retener de la memoria colectiva, historias, sucesos, que reflejaran cómo y de qué manera fue desarrollándose su querido “Guaite” y su no menos amado club, Puerto Comercial, que recibiera en la casa de su abuelo Emilio Rossini, el bautismo verdiamarillo de su casaca.
Fue, donde quiera que estuviera, corresponsal incondicional, gráfico y escrito de su pago chico, de sus raíces, de sus pequeñas alegrías y sus grandes contrariedades. Fue, con su pluma rescatadora de historias, el parangón whitense, de la pintura boquense de Quinquela Martín.
Liberali dejó varios libros, que son verdaderos placeres literarios: “Historietas Whitenses”, una publicación donde cuenta historias de viejos pobladores y el cosmopolitismo de los inmigrantes. No falta su visión ante la llegada de barcos durante los gloriosos años de una Argentina, conocida como “El granero del mundo”. Además, “Historietas Comercialinas”, dedicada al Club Puerto Comercial, del cual su padre y sus tíos fueran miembros fundadores. Los colores verde y amarillo representan a la tuna en flor que se encontraba en el patio de su casa en la calle Mascarello. Otro gran libro: “Dante Panzeri – Entretelones”; aquí demuestra todo su cariño y todo su respeto hacia quien fuera su gran amigo y maestro. Son anécdotas de los momentos vividos junto a Dante y uno, al releerlo, nunca termina de asombrase del pensamiento lúcido y adelantado de Panzeri, a muchos años de su muerte. Una verdadera joya que muchos “supuestos” periodistas deportivos deberían leer. Por último, editó “60 Años de Fútbol Mundial” – EEUU 1994”, ejemplar que apareció poco antes del inicio de ese acontecimiento y publicado en formato de revista, donde se mostraba las estadísticas puntillosamente elaboradas de todos los mundiales de fútbol, desde 1930 hasta 1990. Un trabajo que le llevó muchos años de elaboración, a su terminación, edición y distribución del mismo. Tuvo una buena acogida por lo estricto del trabajo, pero lamentablemente ese año también salió una guía parecida editada por Clarín y que se vendía junto al diario. Si bien la obra de Ampelio era mejor en cuanto a la parte técnica y estadística, la de Clarín era más lujosa, en forma de libro y tuvo mayor difusión.
-¡Hola, Panzutto…! ¿Qué tal, Liberatore?
“Ni él se llamaba Panzutto ni yo Liberatore. Pero era algo así como un santo y seña que, además de identificar la llamada telefónica o el encuentro personal, ponía un poco de buen humor en una conversación que, no siempre, iba a resultar coincidente.
Dante Panzeri, a quien voy a tratar de recordar parcialmente, porque su personalidad fue tan desbordante que sería imposible reflejar, aún para quienes lo intenten con más elementos y capacidad que yo, fue un periodista -no lo encasillo en deportivo porque se pasó de revoluciones-, que dejó una obra y un recuerdo que jamás serán olvidados.
Como todos los hombres que superan la dimensión del común denominador, Dante Panzeri tuvo amigos y enemigos, adherentes y adversarios, admiradores consecuentes e adversarios irreconciliables.
Todo era muy normal. Nadie que tenga el valor, la honestidad crítica y la excepcional valentía de decir las cosas como él las pensaba, pasará a la historia de la mediocridad. Por eso, a varios años de su muerte, siguen siendo un ejemplo.
Para muchos –cada vez más-, un ejemplo de honradez, capacidad y coraje muy poco frecuentes. Para otros, cada vez menos, tal vez porque muerto, ya ha dejado de ser un peligro de “destapar la olla”, Panzeri ha comenzado a crecer y tomar la verdadera dimensión de su extraordinaria capacidad y una jamás desmentida vocación de justicia”. (Ampelio Liberali, agosto de 1988).
Estuvo dos veces en Junín
Ampelio Liberali, invitado por el Círculo de Periodistas Deportivos de Junín, llegó por primera vez a nuestra ciudad en noviembre de 1969. Brindó una charla en la sede del Club Mariano Moreno, ante una nutrida concurrencia. Luego de su interesante exposición, que abarcó gran parte de la actualidad de ese momento, quedó expuesto a diversas preguntas que le realizó el compacto auditorio, donde no faltaron los comentarios basquetbolísticos sobre la clásica puja entre Bahía Blanca y Junín en los torneos provinciales.
La otra visita ocurrió en 1974, cuando llegó aquí para ver jugar a su Puerto Comercial contra Jorge Newbery en el estadio de Sarmiento, por la revancha del interzonal del Campeonato Nacional de ese año. Ganó el equipo de Ingeniero White por 1 a 0. En el partido de ida, había triunfado el albiazul del Pueblo Nuevo por idéntico marcador.


lunes, 15 de junio de 2020

Tulio, cincuenta años en la noche. El pibe


Tulio Angelozzi lo repita a cada rato en una conversación que puede durar tres horas, tres días, tres años...
-¿A mí me la van a contar, que pasé cincuenta años en la noche...?
-Contá, Tulio, contá. Pero empezá cuando vivías de día, es decir, cuando eras pibe... Cuando ibas al colegio.
-Fui a la Dante Aliguieri, la de Traversa. ¡Lo que aprendí...! Ahora los pibes me preguntan por los verbos, los problemas de matemática, de geografía... a mí me preguntan. Y les contesto. Sé más que ellos... y hace sesenta años que lo estudié con el viejo Vizcacha...
-¿Quiénes iban con vos?
-Walter Baley, que cuando pasaba la perrera se escapaba por la ventana para ver si se caía algún perro para llevárselo a su casa.
Otra curiosidad del colegio era que a mitad de la clase un alumno iba a buscar agua y le servía a los compañeros. El que iba a buscar el agua se daba una vuelta por el gallinero y se quedaba con algunos huevitos...

Eran tiempos difíciles. El vasco Irún andaba por la calle con sus vacas y ordeñaba la leche que vendía por litro -o por medio litro- con mucha espumita, directamente de la fábrica al consumidor.

A veces iba a la Farmacia Británica, de Valentín Morán, a comprar 10 guitas de goma tragacanto, para hacer un frasco de gomina. (Los muchachos de antes, en White, usaban gomina...).

Tulio fue scout y en un campamento, junto con Orejita Betancourt, se disfrazó de fantasma y en la madrugada apareció detrás de una carpa. Uno de los chicos que estaba de guardia se asustó.
Tulio y Orejita, de fajina, ¡lavaron ollas una semana!

Recuerda a Forná, un gringo que laburaba en el puerto. Le erró a la profesión: anunciaba qué tiempo habría al día siguiente y no le erraba nunca. Y sin otro satélite que un par de callos plantales que respondían a la perfección.

Ya más grandecito iba a Brisas Marinas, a la tarde, a escuchar "Chispazos de tradición", un novelón de Andrés González Pulido que copó la audiencia nacional. Eran los tiempos en que las radios de Buenos Aires llegaban a todo el país sin interferencias ni ruidos molestos. Cuestión de potencia, simplemente.

En un viaje a Buenos Aires Tulio conoció las cantinas del Abasto, en Guardia Vieja y Gallo y otras en la Boca. Le quedó "la mosca en la oreja". Algún día iba a instalar una en White. Ya había una, la Royal, pero sin música, sin ruido. Estaba donde había sido el Bar Royal, de los Soetermans, camino al muelle nacional.
Una vez que llegó River a White, Tito Pérez sirvió un chupín, a pesos 1.20 la porción y ¡se comieron hasta la servilleta!

Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 35 y 36.

lunes, 8 de junio de 2020

El Rey de los piojos


Era sueco, noruego o danés pero muy venido a menos. Además de monarca pedicular lo llamaban Caragorda o la vuelta al mundo. Los parásitos le corrían por todo el cuerpo. Si alguien se le arrimaba, seguro que heredaba alguno. Cruzaba el puente La Niña, borracho como siempre y se bamboleaba de una vereda a la otra.
Pepe iba en dirección contraria junto con Trapé, un ignoto personaje perdido en el túnel del tiempo. Desde el Boulevard venía un muchacho al que nunca más volvieron a ver. Caragorda y sus insectos, en el bamboleo, se le acercaron al tipo que, para evitar el contagio pedicular, casi con repugnancia, se lo sacó de encima de un empellón. El pobre curda cayó al piso, con tan mala suerte que dio con la cabeza en el cordón de hierro que separaba la calle de la vereda. Se mató.
Pepe Santiago y Trapé corrieron a la prefectura y dieron el aviso. Los marineros comprobaron que estaba muerto. Lo taparon con diarios. Después lo llevaron al cementerio en un carro. El carro del basurero...

Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 33 y 34.

lunes, 1 de junio de 2020

El Negro Chapa


Simpático y cordial, provenía de Algarrobo. Firmaba Carlos pero su nombre era Coilo, o Zoilo. Solía usar, en invierno, una bufanda negra que le daba vueltas al cuello y lo protegía -según él creía- del viento y del frío. Vivió durante un tiempo con Ángel Distéfano en una casa cerca de Cordone, en la calle Exterior muy cerca del corralón donde Giorgetti guardaba carros y caballos.
Trabajaba en la delegación municipal, pero no mucho. Una vez perdió el sobre con el sueldo. No era mucho pero era todo. Ivo Distéfano lo encontró. Tuvo suerte el Negro Chapa.
Cuando se declaró la guerra se jugó. Embarcó y pasó todos los peligros del mar. Navegó durante muchos meses y ganó buena plata.
En Buenos Aires tuvo relaciones amistosas -y comerciales- con figuras de la farándula porteña y frecuentó los lugares más exquisitos del ambiente artístico argentino. El cine, el teatro, la radio, fueron escenarios de su actividad y cosechó amigos en ámbitos difíciles de alcanzar.
Tuvo algunos inconvenientes en el negocio que había emprendido y una vez lo estafaron -le robaron- por cifras importantes. Fue pobre otra vez.

Volvió a White y vivió durante varios meses en una pieza que había detrás de la peluquería de Ivo Distéfano, en Elsegood entre Avenente y Plunkett. El pretexto fue "para que la cuidara" (¡qué iba a cuidar...!).
Regresó a Buenos Aires, se casó y abrió un negocio con su señora. Le fue muy bien. Y a veces volvía a White, a visitar amigos.

En la capital frecuentaba restaurantes de categoría y en todos lados tenía amigos. Buenos amigos. Era muy común llegar con él a cenar y antes de sentarse a la mesa ya recibía el saludo del maitre o de los mozos: ¿Qué tal, Negro...? ¡Te estábamos extrañando...!
Tiempo que no lo veían, seguro.

Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 32 y 33.