lunes, 18 de mayo de 2015

El Foca


Nadie se pareció tanto a ese mamífero de los mares australes como Stéfano. Bigote tupido, desparejo y abundante, solo se diferenciaba del anfibio por un hocico menos prominente, la gorra adherida al cuero cabelludo y el guardapolvo blanco. Era corpulento, de andar cansino como agobiado por el peso de sus canastas incontables y el banquito que soportaba con estoicismo de quebracho su peso formidable de vagón de carga.
Cuando se lo veía venir por Elsegood desde su pieza de conventillo en Mascarello frente a los bomberos hasta su indiscutida ubicación en Torres y la entrada de la estación, recordábamos una película de aquel tiempo joven: "La carga de la brigada ligera". Ocupaba la vereda de pared a cordón. Tenía que trasladar toda su artillería en un solo viaje. ¿Cómo iba a dejar parte de su inventario allí, a merced de los vampiros de facturas y "manises" para una segunda carga? Ni pensarlo.
El negocio había sido iniciado por su hermano, el Foquita. Y Stéfano lo amplió y le agregó mercadería. El Foca fue tan popular en el pueblo como Tom Mix, Art Acord, Hoot Gibson, Buck Jones... nuestros inolvidables héroes de los matinées del Jockey, los domingos a puro cine.
¿Qué vientos trajeron al Foca desde su Bulgaria querida? Nunca se sabrá. Lo cierto es que el Foca dejó un recuerdo inolvidable en un pueblo que lo hizo ciudadano sin preguntarle nunca si aún guardaba nostalgias de los aromas del Maritza, del Vardar o del Kara Su, en su balcánica niñez. Con esa generosidad argentina para los inmigrantes, lo adoptamos. Lo convertimos en whitense por adopción y por consenso. Le hicimos pagar su derecho a la ciudadanía sin pasaporte trucho, robándole algunas bolas de fraile o algún puñado de maníes calentitos, cuando nos corría con un palo y nos gritaba ¡Turo...!
Hoy, cuando pasamos por tu esquina solitaria, sentimos la añoranza de tus golosinas ausentes. Te extrañamos, Foca.
 
Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 7 y 8.

La vez que cambió de disfraz


Después de muchos años de hacer su reiterado papel de Camisalonga, decidió cambiar el hábito blanco por otro negro y se disfrazó de cura. Los chicos lo seguían por la calle y en esta ocasión no llevaba el artefacto enlozado sino que repartía alguna medallita.
El párroco de White se enojó. Dijo que era una burla a la Iglesia. Camisalonga terminó en cana.
Su espíritu alegre no se inmutó. Siguió siendo un cómico de vocación. Y pasado el carnaval volvía al pique, esperando que el capataz, chapa en mano, dijera lo de casi todos los días: Nicola Caputo... ¡a la bodega del uno!
 
Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; p. 7.

¡Mussolini, aquí... no!


Durante la época del fascismo en Italia atracó en White un buque italiano. Los marineros aterrizaron en el Bar Americano en Elsegood frente al mercado. Después de las primeras copas comenzaron a cantar una canción que dedicaban al duce y pidieron a los parroquianos que los acompañaran.
Camisalonga se puso al frente de la barra antifascista: Este no es lugar para nombrar a Mussolini. Si quieren cantar, vayan al buque o a Italia... ¡Aquí no...!
¡La que se armó...! Las mesas y las sillas, o lo que quedó, llegaban a la entrada de la estación.

Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; p. 7.

Camisalonga


La trilogía Camisalonga, el Foca y Turrón Japonés es prioritaria entre los personajes que dieron vida a la tradición oral de los whitenses. Los veteranos del pueblo, ante la pregunta ¿de quién te acordás?, respondían: Y... de Camisalonga... del Foca... de Turrón...
Después iban apareciendo muchos más, pero esta línea media las paraba todas. Hay pocos testigos presenciales de aquellos grotescos. Y coincidentes, con pequeñas variantes y algún agregado.
Camisalonga era un tipo normal... durante 360 días al año. Cuando se acercaba carnaval desertaba del pique -su trabajo, respetado por capataces y colegas, porque era buen obrero- y se dedicaba a su fiesta. Su disfraz era sencillo y reiterado: un camisón hasta los pies, que le daba figura y nombre, y una escupidera adosada a su holgada vestimenta. Del vaso de noche, o "pelela" muy útil en aquellos tiempos de pozos ciegos en el fondo del patio, extraía tallarines cuya salsa de tomate le desbordaba su enorme bocaza y la teñía de rojo sangre.
De noche, entre las comparsas, las murgas, las mascaritas y las serpentinas del corso, sacaba de su "galera" blanca, enlozada, docenas de vainillas, una por una, y las saboreaba delicadamente ante el horror de los presentes. No parecían vainillas. Otras veces llenaba su adminículo con cerveza que luego pasaba a un barrilito de chop y bebía con fruición. Convidaba, pero no aceptaba nadie... La cerveza, extraída de la canilla del Bar Royal, era exquisita. Del recipiente de Camisalonga... ¡no parecía cerveza!
Así, casi escatológicamente, se divertía. Pero no era lo único. También solía acudir a aquel viejo edificio de ladrillo sin revoque que estaba "allá, atrás de la cancha de Comercial", como se lo conocía entre la muchachada. Cuando iba algún debutante joven y temeroso, Camisalonga lo tomaba de la cintura y lo hacía bailar sin tocar los pies en el suelo, al compás melodioso de un vals. Más de uno se volvió a casa "invicto", tal como había llegado...
También era luchador. Grandote como un ropero, tuvo varias trenzadas con el gordo Pipo Reschini, que jugaba en Dublin pero se pasaba las noches en White. Y fue un eximio nadador Camisalonga. Se arrojaba al agua en el muelle y nadaba con clase y elegancia. Otras veces, para divertir a quienes lo admiraban, caía de cola y con la nariz tapada como un novato. Y para demostrar que era como un pez, una vez se tiró a la pileta del balneario al que llamaban Playa Alta, con 20 centímetros de profundidad. Sí, claro, se rompió la cabeza.

Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 6 y 7.