lunes, 30 de marzo de 2020

Don Carlos Rapetti


La intendencia de don Agustín de Arrieta es recordada por la población de Bahía Blanca y su zona como un hito en la historia de la ciudad. Y del país...
No es éste el medio para comentar cómo ganó aquella elección ni cómo fue necesario un fraude colosal y una maniobra política vergonzosa para quitarle una segura reelección, sino para recordar que el delegado municipal en Ingeniero White fue uno de sus amigos y compañeros, don Carlos Rapetti.
Hombre serio, de trabajo, honrado y absolutamente confiable, Rapetti era un hombre muy querido y respetado por toda la población. Tenía su taller de zapatería en Elsegood a escasos metros de Guillermo Torres. Atendía su tarea durante muchas horas y mientras conversaba sobre asuntos de gobierno con sus visitantes, seguía martillando los zapatos que remozaba. Eran tiempos de "media suela y taco", por pocos centavos. No era fácil ni barato comprar otro par.
Cuatro años duró su tiempo de delegado. Pero cuando lo reemplazaron pudo comprobar que también se puede hacer política y ganar amigos, sin hacer demagogia, sin quedarse con los vueltos, sin meter la mano en la lata y haciendo obra.

La arboleda que circunda la ruta empedrada desde la Avenida Arias que pasa por Villa Rosas y llega a la entrada de Ingeniero White fue plantada durante la administración de don Agustín de Arrieta. A don Carlos Rapetti le corresponden, como monumento, algunos de esos árboles frondosos. También él los regó con su trabajo infatigable, con su honradez, con su dignidad.


Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 31 y 32.

lunes, 16 de marzo de 2020

El Tuerto Alejo

Otro mote: el "Tuerto Alejo". Tuerto quiere decir torcido, que no es derecho, que no ve de un ojo. Don Alejo vivía en el Saladero y llegaba al centro en un sulky tan desvencijado como casi todos los vehículos de aquel tiempo. Era presidente de su club, Saladero. Pero además de presidente era secretario, tesorero, director técnico y aguatero de todas las divisiones.
Cuando algún jugador que vestía los colores rojo y negro de su poderosa entidad se lesionaba o sufría algún calambre, propio de la falta de entrenamiento, como era natural, don Alejo se le acercaba con una botella de "agua bendita" y lo reanimaba. El tipo se levantaba como un resorte y salía corriendo. En cinco minutos era capaz de definir un partido, hacer un par de goles en cualquier arco, reventar a dos o tres contrarios... cualquier cosa.
Claro, una hora después el reventado era él: ¡le habían dado grapa o ginebra!

Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; p. 31.