lunes, 15 de junio de 2020

Tulio, cincuenta años en la noche. El pibe


Tulio Angelozzi lo repita a cada rato en una conversación que puede durar tres horas, tres días, tres años...
-¿A mí me la van a contar, que pasé cincuenta años en la noche...?
-Contá, Tulio, contá. Pero empezá cuando vivías de día, es decir, cuando eras pibe... Cuando ibas al colegio.
-Fui a la Dante Aliguieri, la de Traversa. ¡Lo que aprendí...! Ahora los pibes me preguntan por los verbos, los problemas de matemática, de geografía... a mí me preguntan. Y les contesto. Sé más que ellos... y hace sesenta años que lo estudié con el viejo Vizcacha...
-¿Quiénes iban con vos?
-Walter Baley, que cuando pasaba la perrera se escapaba por la ventana para ver si se caía algún perro para llevárselo a su casa.
Otra curiosidad del colegio era que a mitad de la clase un alumno iba a buscar agua y le servía a los compañeros. El que iba a buscar el agua se daba una vuelta por el gallinero y se quedaba con algunos huevitos...

Eran tiempos difíciles. El vasco Irún andaba por la calle con sus vacas y ordeñaba la leche que vendía por litro -o por medio litro- con mucha espumita, directamente de la fábrica al consumidor.

A veces iba a la Farmacia Británica, de Valentín Morán, a comprar 10 guitas de goma tragacanto, para hacer un frasco de gomina. (Los muchachos de antes, en White, usaban gomina...).

Tulio fue scout y en un campamento, junto con Orejita Betancourt, se disfrazó de fantasma y en la madrugada apareció detrás de una carpa. Uno de los chicos que estaba de guardia se asustó.
Tulio y Orejita, de fajina, ¡lavaron ollas una semana!

Recuerda a Forná, un gringo que laburaba en el puerto. Le erró a la profesión: anunciaba qué tiempo habría al día siguiente y no le erraba nunca. Y sin otro satélite que un par de callos plantales que respondían a la perfección.

Ya más grandecito iba a Brisas Marinas, a la tarde, a escuchar "Chispazos de tradición", un novelón de Andrés González Pulido que copó la audiencia nacional. Eran los tiempos en que las radios de Buenos Aires llegaban a todo el país sin interferencias ni ruidos molestos. Cuestión de potencia, simplemente.

En un viaje a Buenos Aires Tulio conoció las cantinas del Abasto, en Guardia Vieja y Gallo y otras en la Boca. Le quedó "la mosca en la oreja". Algún día iba a instalar una en White. Ya había una, la Royal, pero sin música, sin ruido. Estaba donde había sido el Bar Royal, de los Soetermans, camino al muelle nacional.
Una vez que llegó River a White, Tito Pérez sirvió un chupín, a pesos 1.20 la porción y ¡se comieron hasta la servilleta!

Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 35 y 36.

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