lunes, 18 de mayo de 2015

Camisalonga


La trilogía Camisalonga, el Foca y Turrón Japonés es prioritaria entre los personajes que dieron vida a la tradición oral de los whitenses. Los veteranos del pueblo, ante la pregunta ¿de quién te acordás?, respondían: Y... de Camisalonga... del Foca... de Turrón...
Después iban apareciendo muchos más, pero esta línea media las paraba todas. Hay pocos testigos presenciales de aquellos grotescos. Y coincidentes, con pequeñas variantes y algún agregado.
Camisalonga era un tipo normal... durante 360 días al año. Cuando se acercaba carnaval desertaba del pique -su trabajo, respetado por capataces y colegas, porque era buen obrero- y se dedicaba a su fiesta. Su disfraz era sencillo y reiterado: un camisón hasta los pies, que le daba figura y nombre, y una escupidera adosada a su holgada vestimenta. Del vaso de noche, o "pelela" muy útil en aquellos tiempos de pozos ciegos en el fondo del patio, extraía tallarines cuya salsa de tomate le desbordaba su enorme bocaza y la teñía de rojo sangre.
De noche, entre las comparsas, las murgas, las mascaritas y las serpentinas del corso, sacaba de su "galera" blanca, enlozada, docenas de vainillas, una por una, y las saboreaba delicadamente ante el horror de los presentes. No parecían vainillas. Otras veces llenaba su adminículo con cerveza que luego pasaba a un barrilito de chop y bebía con fruición. Convidaba, pero no aceptaba nadie... La cerveza, extraída de la canilla del Bar Royal, era exquisita. Del recipiente de Camisalonga... ¡no parecía cerveza!
Así, casi escatológicamente, se divertía. Pero no era lo único. También solía acudir a aquel viejo edificio de ladrillo sin revoque que estaba "allá, atrás de la cancha de Comercial", como se lo conocía entre la muchachada. Cuando iba algún debutante joven y temeroso, Camisalonga lo tomaba de la cintura y lo hacía bailar sin tocar los pies en el suelo, al compás melodioso de un vals. Más de uno se volvió a casa "invicto", tal como había llegado...
También era luchador. Grandote como un ropero, tuvo varias trenzadas con el gordo Pipo Reschini, que jugaba en Dublin pero se pasaba las noches en White. Y fue un eximio nadador Camisalonga. Se arrojaba al agua en el muelle y nadaba con clase y elegancia. Otras veces, para divertir a quienes lo admiraban, caía de cola y con la nariz tapada como un novato. Y para demostrar que era como un pez, una vez se tiró a la pileta del balneario al que llamaban Playa Alta, con 20 centímetros de profundidad. Sí, claro, se rompió la cabeza.

Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 6 y 7.

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