lunes, 8 de mayo de 2017

Mario Loco

De loco no tenía nada. Era muy personal, independiente, introvertido. Los psicólogos hoy tendrían muy sólidos argumentos para descifrar algunas de sus actitudes entonces incomprensibles, pero en aquel tiempo no había psicólogos. Se vivía sin saber por qué pasaban cosas que ahora tampoco se saben pero hay quienes las explican, después de largas sesiones de diván...
Tal vez algún complejo ancestral, algún extraño deseo infantil no satisfecho o algún complicado mecanismo funcional que no funcionó, vaya uno a saber qué le dirían hoy los popes del sofá. Lo cierto es que el calificativo de loco era arbitrario. También le decían Zapata y otras cosas parecidas. Era hermano de Feluche Desimone y vivía en Cabral, cerca de Magallanes, a pocas cuadras de la cancha de Comercial.
Tendría unos trece o catorce años cuando se metió debajo de una casa de aquellas sostenidas sobre pilotes para evitar la inundación. No salía. Dos chafes, como se le decía a los policías, trataban de sacarlo. Lo hostigaban con largas cañas que Mario les quitaba y guardaba en su refugio improvisado. Entre los agentes no estaba Jacinto.
Mario salió cuando se le antojó.

También jugaba al fútbol Mario. Iba al frente. Ponía pierna. Pierna fuerte.
- ¿Ves este diente partido...?, dice el Cholo Gaggiotti.
- ¿No me dirás... que... la culpa es de Mario...?
- Sí, me lo rompió Mario en la canchita de Marina, que estaba detrás de la subprefectura. Me agaché a cabecear, él la quiso rechazar de voleo y me la dio en la jeta.


Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 28 y 29.

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